viernes, 1 de agosto de 2014

Mireles, el activista traicionado

SM Rico

Con la cabeza tapada por una tela que no deja ver casi nada, va dentro de un vehículo con desconocidos, es 26 de junio de 2014. Las esposas lastiman sus muñecas, no sabe qué pasará, en ese momento piensa lo peor, no le dicen nada, entre la oscuridad de la noche próxima y la que inunda su presente. Lo ocurrido horas antes al terminar de comer y las advertencias de horas atrás le rondan una y otra vez la mente.
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Foto: Talía Vazquez
     De algún modo, ellos son peores que sus enemigos, tienen el poder legal y la manera de hacer ver cualquier acto y convertir cualquier excusa en algo cierto; el castigo está autorizado y solo podrá sentir, no ver, lo que pasará a continuación. No es la primera vez que le sucede algo similar; sin embargo, ahora parece la definitiva.

    Fue 26 años atrás, en noviembre de 1988; llegaron a las puertas de su casa en el municipio de Tepalcatepec los elementos de la Policía Judicial Federal (PJF), desaparecida ahora pero siempre presente por sus métodos; acusándolo por la posesión de 86 kilos de mariguana, empaquetados en diez costales; oficialmente: delito contra la salud en su modalidad de siembra, cultivo, cosecha, posesión y venta de mariguana.

    Estuvo en prisión cerca de cuatro de los siete años y tres meses a los que le habían condenado, la sentencia definitiva llegó el 15 de mayo de 1991; sin embargo, la anhelada libertad se dio hasta el 9 de julio de 1992, gracias a que recibió tratamiento de pre liberación.
    En sus propias palabras; producto de la tortura constante a la que fue sometido en primer lugar, es que se obtuvo la declaración de culpabilidad. Entre las cosas que le hicieron en aquel entonces, afirma que lo colgaban de cabeza, lo electrocutaban y le colocaban bolsas para asfixiarlo. Al final para eso sirve la tortura, solo es cuestión de tiempo, no importan los métodos.

   Continúa dentro del helicóptero; ha sido un fuerte operativo militar y policiaco, comenzó al atardecer en La Mira, un municipio de Lázaro Cárdenas en Michoacán; a pasado tiempo, talvez horas, no tiene idea cuánto, no alcanza todavía su destino; oscurece y tiene aún presente que hace solo un rato, estaba comiendo con tranquilidad y solo con cierta incertidumbre, esa pierna de pollo en el restaurante, sin saber lo que le ocurriría de pronto, en un instante, por las manos de sus antiguos aliados.

   Sin embargo, hace unos años todo fue distinto, en aquel 1992 se alejó de tierras mexicanas y buscó refugio en California, Estados Unidos, estado que cabe recordar, tiene el mayor número de michoacanos, seguido por Illinois y también por Texas. Y es aquí, en un lugar conocido de su infancia y en el que no temía el dolor de la tortura, que comienza su activismo, una lucha local, una por sus paisanos, a pesar de haber llegado más allá de las fronteras.


      “La indiferencia es el peso muerto de la historia” afirmaría Gramsci; algo que parece el doctor Mireles evitó. Empezó como voluntario para la Cruz Roja en Modesto y en esta ocasión también se abocó a la defensa, pero en ese momento, de los migrantes por los abusos a los que eran sometidos por las autoridades de aquellas tierras.

    Asimismo, contribuyó en un programa de alfabetización y colaboró en una clínica contra el alcoholismo y la drogadicción en Ceres City; por otra parte destaca su participación en marchas como miembro de la Unión de Campesinos César Chávez, una de ellas a favor del aumento al salario mínimo en el congreso local en Sacramento.

      Una de las aportaciones de mayor importancia fue la creación de la Casa Michoacán, Organización no Gubernamental (ONG), en la cual aplicó el modelo de aquella que originalmente se fundara en Illinois; de este modo como presidente y fundador, se dedicó a buscar beneficios: salud, vivienda, educación, trabajo, derechos humanos y tradición y cultura para los migrantes.
    Parte de las labores de esta ONG según sus propios preceptos fueron: “llevar a cabo proyectos de desarrollo social en los municipios de Aguililla, Zinaparo, Coalcoman, Tepalcatepec y Churintzio, en el estado de Michoacán, asimismo en los estados de Colima y Zacatecas”.

     Y en cuanto al Estado de California, sus labores estarían encaminadas “a alfabetizar a los paisanos que no saben leer o escribir que lo requieran, y a preparar a los paisanos que quieran graduarse del equivalente a High school o preparatoria… brindando ayuda a los que por alguna desgracia se quedan sin vivienda, proporcionándoles albergue y alimentación en tanto pueden resolver su situación por ellos mismos”.

     Al doctor Mireles parecía que le pintaban mejor las cosas, o menos mal por lo pronto, pues no lo arrojaron al mar como temía, seguía pasando el tiempo y aún respiraba. La capucha que le pusieron dejaba ver un poco y notó posteriormente como introducían un arma en el asiento del copiloto y bolsas de plástico con polvo blanco y algo de color verde dentro de su camioneta; aquella que destinada a protegerlo de los criminales, ahora serviría para ayudar a convertirlo en uno de ellos.

   Lejano quedó en su mente aquel 2007 en el que colaboró en un libro sobre la participación y el voto de los emigrantes en Estados Unidos, Michoacán y el voto en el extranjero. Una conquista de los migrantes, coordinado por Gonzalo Badillo Moreno, integrante de la Fundación para la Democracia, Alternativa y Debate A. C. y cofundador de la Coalición por los Derechos Políticos de los Mexicanos en el Extranjero.

     Mireles Valverde describe a grandes rasgos el logro que implica obtener el derecho a elegir a los representantes de sus lugares de origen desde el extranjero, también sobre la falta de apoyo y la necesidad por la que abandonan sus estados y municipios, un sistema en el que no se puede confiar: el hambre, la falta de oportunidades de desarrollo, la falta de seguridad, las autoridades coludidas con el crimen organizado y un Estado que construye más cárceles que universidades.

     Parte de este texto es muy descriptivo, pues se pregunta: “…¿es que los gobiernos consideran más productivo empobrecer a las comunidades para que emigren más mexicanos cada día disminuyendo así su responsabilidad constitucional de proveerles salud, vivienda, trabajo y educación, amén de aumentar sus propios recursos con los envíos económicos y las remesas de los emigrantes?”.

    Dos años después, el regreso a casa, su nuevo cargo: subsecretario de Asuntos Internacionales de la Secretaría de Salud de Michoacán en el gobierno de Leonel Godoy; el puesto duró poco tiempo y se convirtió posteriormente en médico del hospital de Tepalcatepec, lugar en donde emprendería su activismo de otra manera, al organizar a las autodefensas por la escasa o nula respuesta del gobierno ante la ola criminal y sus violaciones.

    La noche cayó y la oscuridad también, el helicóptero se ha ido y la camioneta se queda; el antes líder y vocero de las autodefensas por lo pronto ya no hablará más, se le ve como un caudillo y está enfrentado por ahora, contra el partido político que se ha distinguido por haber acabado con todos ellos.

    Como afirmara Friedrich Hebbel, “vivir significa tomar partido”, y en nuestro caso sería participar y no darnos por vencidos ante lo que parece inevitable, no dejar atrás lo padecido y guardar silencio en la comodidad de lo cotidiano, es más bien, salir a confrontar con ideas e ideales lo que debe de cambiar.

   Un ciudadano más; tal vez libre en breve, tal vez cercana su obediencia o quizá condenado al olvido, mientras se puede consolidar el poder criminal en los lugares que antes defendió. Al final, lo valioso del doctor José Manuel Mireles Valverde, esté equivocado o esté en lo correcto, es el valor de no permanecer indiferente ante las circunstancias y hacer lo que está en sus manos para transformarlo.

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