Con la cabeza tapada por una tela que
no deja ver casi nada, va dentro de un vehículo con desconocidos, es 26
de junio de 2014. Las esposas lastiman sus muñecas, no sabe qué pasará,
en ese momento piensa lo peor, no le dicen nada, entre la oscuridad de
la noche próxima y la que inunda su presente. Lo ocurrido horas antes al
terminar de comer y las advertencias de horas atrás le rondan una y
otra vez la mente.
De algún modo, ellos son peores que
sus enemigos, tienen el poder legal y la manera de hacer ver cualquier
acto y convertir cualquier excusa en algo cierto; el castigo está
autorizado y solo podrá sentir, no ver, lo que pasará a continuación. No
es la primera vez que le sucede algo similar; sin embargo, ahora parece
la definitiva.
Fue 26 años atrás, en noviembre de
1988; llegaron a las puertas de su casa en el municipio de Tepalcatepec
los elementos de la Policía Judicial Federal (PJF), desaparecida ahora
pero siempre presente por sus métodos; acusándolo por la posesión de 86
kilos de mariguana, empaquetados en diez costales; oficialmente: delito
contra la salud en su modalidad de siembra, cultivo, cosecha, posesión y
venta de mariguana.
Estuvo en prisión cerca de cuatro de
los siete años y tres meses a los que le habían condenado, la sentencia
definitiva llegó el 15 de mayo de 1991; sin embargo, la anhelada
libertad se dio hasta el 9 de julio de 1992, gracias a que recibió
tratamiento de pre liberación.
En sus propias palabras; producto de
la tortura constante a la que fue sometido en primer lugar, es que se
obtuvo la declaración de culpabilidad. Entre las cosas que le hicieron
en aquel entonces, afirma que lo colgaban de cabeza, lo electrocutaban y
le colocaban bolsas para asfixiarlo. Al final para eso sirve la
tortura, solo es cuestión de tiempo, no importan los métodos.
Continúa dentro del helicóptero; ha
sido un fuerte operativo militar y policiaco, comenzó al atardecer en La
Mira, un municipio de Lázaro Cárdenas en Michoacán; a pasado tiempo,
talvez horas, no tiene idea cuánto, no alcanza todavía su destino;
oscurece y tiene aún presente que hace solo un rato, estaba comiendo con
tranquilidad y solo con cierta incertidumbre, esa pierna de pollo en el
restaurante, sin saber lo que le ocurriría de pronto, en un instante,
por las manos de sus antiguos aliados.
Sin embargo, hace unos años todo fue
distinto, en aquel 1992 se alejó de tierras mexicanas y buscó refugio en
California, Estados Unidos, estado que cabe recordar, tiene el mayor
número de michoacanos, seguido por Illinois y también por Texas. Y es
aquí, en un lugar conocido de su infancia y en el que no temía el dolor
de la tortura, que comienza su activismo, una lucha local, una por sus
paisanos, a pesar de haber llegado más allá de las fronteras.
“La indiferencia es el peso muerto
de la historia” afirmaría Gramsci; algo que parece el doctor Mireles
evitó. Empezó como voluntario para la Cruz Roja en Modesto y en esta
ocasión también se abocó a la defensa, pero en ese momento, de los
migrantes por los abusos a los que eran sometidos por las autoridades de
aquellas tierras.
Asimismo, contribuyó en un programa
de alfabetización y colaboró en una clínica contra el alcoholismo y la
drogadicción en Ceres City; por otra parte destaca su participación en
marchas como miembro de la Unión de Campesinos César Chávez, una de
ellas a favor del aumento al salario mínimo en el congreso local en
Sacramento.
Una de las aportaciones de mayor
importancia fue la creación de la Casa Michoacán, Organización no
Gubernamental (ONG), en la cual aplicó el modelo de aquella que
originalmente se fundara en Illinois; de este modo como presidente y
fundador, se dedicó a buscar beneficios: salud, vivienda, educación,
trabajo, derechos humanos y tradición y cultura para los migrantes.
Parte de las labores de esta ONG
según sus propios preceptos fueron: “llevar a cabo proyectos de
desarrollo social en los municipios de Aguililla, Zinaparo, Coalcoman,
Tepalcatepec y Churintzio, en el estado de Michoacán, asimismo en los
estados de Colima y Zacatecas”.
Y en cuanto al Estado de California,
sus labores estarían encaminadas “a alfabetizar a los paisanos que no
saben leer o escribir que lo requieran, y a preparar a los paisanos
que quieran graduarse del equivalente a High school o
preparatoria… brindando ayuda a los que por alguna desgracia se quedan
sin vivienda, proporcionándoles albergue y alimentación en tanto pueden
resolver su situación por ellos mismos”.
Al doctor Mireles parecía que le
pintaban mejor las cosas, o menos mal por lo pronto, pues no lo
arrojaron al mar como temía, seguía pasando el tiempo y aún respiraba.
La capucha que le pusieron dejaba ver un poco y notó posteriormente como
introducían un arma en el asiento del copiloto y bolsas de plástico con
polvo blanco y algo de color verde dentro de su camioneta; aquella que
destinada a protegerlo de los criminales, ahora serviría para ayudar a
convertirlo en uno de ellos.
Lejano quedó en su mente aquel 2007 en
el que colaboró en un libro sobre la participación y el voto de los
emigrantes en Estados Unidos, Michoacán y el voto en el extranjero. Una conquista de los migrantes, coordinado
por Gonzalo Badillo Moreno, integrante de la Fundación para la
Democracia, Alternativa y Debate A. C. y cofundador de la Coalición por
los Derechos Políticos de los Mexicanos en el Extranjero.
Mireles Valverde describe a grandes
rasgos el logro que implica obtener el derecho a elegir a los
representantes de sus lugares de origen desde el extranjero, también
sobre la falta de apoyo y la necesidad por la que abandonan sus estados y
municipios, un sistema en el que no se puede confiar: el hambre, la
falta de oportunidades de desarrollo, la falta de seguridad, las
autoridades coludidas con el crimen organizado y un Estado que construye
más cárceles que universidades.
Parte de este texto es muy
descriptivo, pues se pregunta: “…¿es que los gobiernos consideran más
productivo empobrecer a las comunidades para que emigren más mexicanos
cada día disminuyendo así su responsabilidad constitucional de
proveerles salud, vivienda, trabajo y educación, amén de aumentar sus
propios recursos con los envíos económicos y las remesas de los
emigrantes?”.
Dos años después, el regreso a casa,
su nuevo cargo: subsecretario de Asuntos Internacionales de la
Secretaría de Salud de Michoacán en el gobierno de Leonel Godoy; el
puesto duró poco tiempo y se convirtió posteriormente en médico del
hospital de Tepalcatepec, lugar en donde emprendería su activismo de
otra manera, al organizar a las autodefensas por la escasa o nula
respuesta del gobierno ante la ola criminal y sus violaciones.
La noche cayó y la oscuridad también,
el helicóptero se ha ido y la camioneta se queda; el antes líder y
vocero de las autodefensas por lo pronto ya no hablará más, se le ve
como un caudillo y está enfrentado por ahora, contra el partido político
que se ha distinguido por haber acabado con todos ellos.
Como afirmara Friedrich Hebbel,
“vivir significa tomar partido”, y en nuestro caso sería participar y no
darnos por vencidos ante lo que parece inevitable, no dejar atrás lo
padecido y guardar silencio en la comodidad de lo cotidiano, es más
bien, salir a confrontar con ideas e ideales lo que debe de cambiar.
Un ciudadano más; tal vez libre en
breve, tal vez cercana su obediencia o quizá condenado al olvido,
mientras se puede consolidar el poder criminal en los lugares que antes
defendió. Al final, lo valioso del doctor José Manuel Mireles Valverde,
esté equivocado o esté en lo correcto, es el valor de no permanecer
indiferente ante las circunstancias y hacer lo que está en sus manos
para transformarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario